Aporte nº6 – Año 2024 – Junta de estudios históricos de Catamarca
Por Nilda Correa de Garriga

A 174 años del fallecimiento del gran prócer José de San Martín, lo evocaré considerando en especial su gran triunfo en la batalla de Maipú, la que aseguró la libertad de Chile.

Veterano de veintinueve combates, en marzo de 1812 regresó a América José Francisco de San Martín, sin memoria tal vez de la misión jesuítica donde viera la luz, pero con todos los jugos nutricios de la tierra nativa circulando por sus venas con tanto ímpetu que trae ya empeñada su vida en la realización de una obra digna de un titán o de un orfebre: cincelar con mano diestra el cáliz de la libertad de medio continente.

El militar que regresaba no era simplemente un guerrero. Era un hombre que habría calmado su sed, dice Ricardo Rojas, “… en las ciencias políticas, en la filosofía, en la economía, en la historia y en la geografía, porque pensaba para sí que para conducir un ejército convocado por la gloria era preciso dominar no solo las artes de la guerra”.

Desde entonces la vida del prócer queda definitivamente comprometida con el destino de América y la veremos pródiga en sucesos, mezquina para halagarse, austera, genial, ejemplificadora. Y la llama que encendía su corazón alcanzará en las de todos los americanos.

San Martín inicia su periplo americano en la batalla de San Lorenzo (3 de febrero de 1813) donde escribe una página de gloria que, convertida en historia, enseña a las generaciones que le siguen como es que un puñado de hombres puede defender sus ideales, forjar un porvenir y convertirse en custodio de la soberanía nacional.

Y después de San Lorenzo -bautismo de sangre y fuego del Regimiento de Granaderos- fue al comando del ejército del Alto Perú en reemplazo del ilustre y abnegado Manuel Belgrano. Es entonces cuando comienza a gestar su epopeya y desde ese momento estaba naciendo el héroe en el campamento de El Plumerillo, donde Juan G. Las Heras, Hilarión de la Quintana, Rudecindo Alvarado y Antonio González Balcarce advierten la presencia no solo de un gran capitán, sino de un político, de un estadista que se maneja con habilidad y con astucia. Por eso prepara su ejército para trasponer la Cordilla de los Andes, libertar a Chile y llegar por mar a la antigua tierra de los Incas convertida en la sazón en sólido baluarte español.

“Si el paso de los Andes se compara, como victoria humana, con los de Aníbal y Napoleón, movido el primero por la venganza y la codicia y el otro por la ambición, se verá que la empresa sanmartiniana -dice Mitre-, es más trascendental en los destinos humanos, porque tenía por objetivo y móvil la independencia y la libertad de un mundo republicano”. “Se sucedieron triunfos y derrotas en el sur chileno, pero se impuso el genio del conductor, el valor de los conducidos”.

Una vez que traspuso la cordillera, el ejército argentino se unió a los batallones chilenos al mando de O’Higgins para llegar a los campos de Chacabuco y Maipú para cercenar de raíz la dominación realista. El 12 de febrero de 1817 enfrentaron al ejército enemigo en la cuesta de Chacabuco, el triunfo fue notorio, pero más lo fue el de Maipú. El ejército argentino – chileno tuvo un duro contraste en Cancha Rayada por parte de los españoles el 19 de marzo de 1818 en medio de una negra noche que prolongó sus sombras al corazón y el espíritu patriota.

Mas el ánimo de San Martín pareció retemplarse con el revés inesperado y el 5 de abril de 1818 dejó con sus Granaderos mil realistas muertos en el campo de batalla, hizo dos mil prisioneros y se apoderó de cuatro frentes, definiendo así el general argentino la suerte de Chile, que se incorporaba de ese modo al concierto de las naciones emancipadas.

El planteo y resolución fueron otra expresión del genio militar sanmartiniano de modo tal que su triunfo fue absoluto. “Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye y nuestra caballería lo persigue hasta concluirlos”. “La patria es libre” dijo San Martín, en un escueto parte de batalla, firmado por el prócer triunfador. Poco después recibe en el escenario mismo de la lid el abrazo de O’Higgins que, herido desde Cancha Rayada, llega para congratular al vencedor y lo hace diciéndole: “Gloria al Salvador de Chile”. El ingreso de San Martín es apoteótico. La ciudad de Santiago luce toda iluminada y los vecinos cantan en las plazas y en las calles saludan al vencedor dando vítores a su paso en tanto las campanas de todos los templos se echan a vuelo. Esa noche -dice una de las biografías- San Martín descansó sobre una almohada de laureles.

Asegurada la libertad de Chile, el libertador dice “hay que destruir a Lima»; de modo tal emprende la dura tarea de batir al Virrey Pezuela en su propio reducto y el 20 de agosto de 1820 emprende el viaje por el Pacífico hacia el Perú, donde desarrolla acciones que culminan con la emancipación de esa noble nación hermana.

Conocido es el encuentro de San Martín y Bolívar en Guayaquil y lamentablemente no hubo acuerdo con el general venezolano. Luego vino el ostracismo en Europa y su paso a la eternidad.

San Martín más que un hombre fue una misión, fue un elegido. “Pocas veces la intervención de un ser en los destinos humanos fue más decisiva que la suya” (Mitre lo escribe de esta manera). “San Martín fue un predestinado que, con el fuego de su corazón, la claridad de su mente y el noble acero corvo en su diestra libertó medio continente”.

Juan M. Gutiérrez expresa: “Padre nuestro que estás en el bronce: las progenies multiplicadas levantan el corazón para jurarte. Hemos hecho la patria que soñaste. Es fecunda como tu vida, altiva como tus vanguardias, eminente como tus costumbres… ha hecho honrar en todo tiempo al relámpago soberbio que, a manera de aurora, trazó tu espada el día tormentoso del nacimiento”.

Sepamos los argentinos por los tiempos de los tiempos reconocer tu gloria y honrar tu memoria.

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